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MARÍA VICTORIA MOYANO

Nieta restituida por las Abuelas de Plaza de Mayo

María Victoria era una nena como tantas; le gustaban mucho los deportes, leer, dibujar y hacer manualidades. Siempre supo que no era hija biológica de sus padres de crianza, pero aun siendo niña detectaba que no le estaban diciendo toda la verdad sobre su origen. Recuerda que primero le contaron que sus padres habían muerto en un accidente, pero después cambió la explicación y le dijeron que su mamá había fallecido en el parto y su papá la había abandonado. Esas dos versiones me generaban mucha angustia e incertidumbre. Cuando empecé la primaria estaba mal, solía llorar y decir que quería saber qué había pasado con mi papá y mi mamá.

Su maestra de primer grado ya la conocía porque su hijo iba al mismo grado que el hermano de crianza de María Victoria. El rol de esta docente fue fundamental en la recuperación de su identidad. De acuerdo a su testimonio, la primera señal de alarma que notó fue que el amigo de su hijo contara un día que tenía una hermana, cuando ella sabía que la madre no había estado embarazada y que la familia tenía un familiar que era comisario de la Policía Bonaerense. Incluso en plena dictadura, la maestra sospechó que esa criatura podía ser una nena apropiada. Entonces, fue obteniendo información gracias a la cercanía de su vínculo en la escuela. Ya en 1982, convencida de que Victoria podía ser hija de desaparecidos, hizo la denuncia en Abuelas de Plaza de Mayo. Luego, para mantener el vínculo, la docente pidió el grado de la niña. Así pudo tener acceso a la documentación que le solicitaban como colaboración desde Abuelas, que sumó a su relato, para que la asociación pudiera motorizar la investigación.

Abuelas de Plaza de Mayo recibió denuncias sobre un comisario de apellido Penna, cuyo hermano tenía una nena inscripta como hija propia, con una partida de nacimiento falsa firmada por el médico policial Jorge Héctor Vidal. A partir de esto iniciaron las acciones judiciales correspondientes y en enero de 1988 los resultados de los análisis realizados en el Banco Nacional de Datos Genéticos confirmaron que su lazo con dos familias que buscaban a su nieta o nieto.

Así, María Victoria se convirtió en una de las primeras nietas que recuperó su identidad. Supo que había nacido en el centro clandestino de detención conocido como “Pozo de Banfield” el 25 de agosto de 1978 y que sus padres eran María Asunción Artigas y Alfredo Moyano.

Siempre que hablo con mi maestra le agradezco que se haya animado a hacer la denuncia en plena dictadura. Y a todos los docentes les pido que, más allá de esta historia, no desaprovechen las posibilidades que tienen de ayudar a sus alumnos.

 

LA HISTORIA DE MARÍA VICTORIA

¿Cuál fue la primera noticia que recibiste vos sobre tu origen?

Yo sabía que era adoptada pero no tenía ninguna idea de quiénes habían sido mis padres. El 27 de diciembre de 1987 llegó a la casa de la que entonces era mi familia un grupo de autoridades entre las que había policías, un fiscal y un juez más otras personas, un montón de gente. Recuerdo el forcejeo con la puerta, cierta violencia, mientras yo estaba en mi pieza ya que era muy temprano. Me fueron a buscar y yo no entendía nada. Entonces, el juez me explicó que pensaba que yo no era familiar biológico de mi madre de crianza y que mi familia me estaba buscando. Le contesté que yo ya sabía que era adoptada y que uno siempre tiene algún familiar, como un tío o un primo. En ese momento supe que no iba a volver, que me estaba yendo para siempre.

La llevaron al Juzgado donde pasó las primeras 12 horas antes de quedarse en la casa de una familia sustituta, que resguarda al menor sin que nadie conozca su ubicación más allá del juez.

¿Cómo te sentiste en ese momento?

Estaba sorprendida y confundida. Era contradictorio porque tenía algo de tranquilidad, pero me sentía rara. No me dejaron llevar nada, ninguna de mis cosas.

Le hicieron los estudios de compatibilidad y el 30 de diciembre la llevaron de nuevo al Juzgado para comunicarle que habían confirmado que pertenecía a una de las familias que buscaban nietos desaparecidos durante la dictadura. En ese momento sí sentí desesperación porque no quería ir a conocer a personas de las que no sabía nada. De todas maneras, fue muy loco que quise preparar unas galletitas de limón para llevar cuando fuera a visitar a mis abuelos. Tenía sensaciones contradictorias. De nuevo me llevaron al Juzgado, donde había un lunch servido para que me viera por primera vez con mis abuelas. Había viajado a la Argentina mi abuela uruguaya. También estaba una tía abuela mía y recuerdo a Estela de Carlotto y Chicha Mariani.

Tras esa reunión María Victoria se mudó inmediatamente con una de sus abuelas por orden del juez y recuerda esos primeros instantes al recibir la noticia como algo duro frente a lo que opuso resistencia, pero que debió acatar. Al día siguiente conoció a su tía paterna y sus primas, que viajaron desde San Pablo, donde vivían.

Cuando pasaron los meses yo me adapté y ya me quería quedar. No se me habían ido las contradicciones, pero tenía ganas de quedarme con mis abuelas. Era triste, porque es una historia terrible, pero esos primeros tiempos de adaptación pasaron rápido. 

¿Cómo fue recuperar tu identidad siendo una nena de 9 años?

Si bien por supuesto que seguía siendo una niña, de algún modo ya era más grande que los otros chicos. Había tenido que madurar. En mis ratos libres escuchaba mucha música y leía. Me dejaron el nombre que tenía hasta el momento porque no había una certeza con respecto al que me había puesto mi madre. Eso fue una suerte para mí, que no quería otro nombre. Aunque parezca un detalle, no lo es.

Se resolvió que viajara su abuela materna desde Uruguay para quedarse en Buenos Aires con María Victoria, porque habían generado un buen lazo desde el comienzo. Había pegado onda con mi abuela Blanca, la uruguaya, desde el día que la vi. En ese primer encuentro en el Juzgado le pedí que me hiciera upa. Se instalaron los abuelos dos años en la Argentina y después se mudaron los tres a Uruguay, algo que para María Victoria significó un deseado nuevo comienzo. Además, le permitió vivir tranquila después de una experiencia que la había asustado, cuando su apropiadora fue por sorpresa a verla a un recital.

 

LA RECUPERACIÓN DE LA IDENTIDAD

¿De qué modo fuiste conociendo la historia de tus padres?

En Montevideo fue más fácil, porque yo vivía en la casa donde se había criado mi mamá, con sus cosas. Pude usar incluso vestidos y sandalias que habían sido de ella. Y mis abuelos todos los días me hablaban de mamá. También había compañeros sobrevivientes y muchos vecinos que me contaban cosas. Hoy sigo investigando el destino de mis padres y además del juicio y castigo busco la verdad, y me guío por muchísimos datos que me pasó mi abuela, que fue la más consciente de la importancia de ese legado.

¿Cuándo empezaste a entender qué era ser militante y por qué lo habían sido tus padres?

Toda mi familia era militante. Mi abuelo había sido delegado obrero y mis abuelas lo hacían dentro de organismos de Derechos Humanos, ya que fueron parte de Madres y de Abuelas de Plaza de Mayo. Todos mis tíos por parte de mi madre eran militantes. En mi entorno se reivindica esa esencia y jamás podrían plantear la construcción de su vida por fuera de sus ideas. Hoy en día las discusiones fuertes que podemos tener no son por cuestiones familiares sino por temas políticos. Yo nunca me enojé con mis padres, por el contrario, los comprendo, los reivindico y siento un gran orgullo.

María Asunción nació el 26 de marzo de 1951 en el barrio montevideano La Teja y Alfredo nació en Buenos Aires, el 1 de marzo de 1956. Ambos militaban en el MLN-Tupamaros. El 30 de diciembre de 1977 fueron secuestrada en su casa en Berazategui, en la zona sur del Gran Buenos Aires. De acuerdo a los testimonios de sobrevivientes, se sabe que los dos estuvieron detenidos en los centros clandestinos de detención conocidos como "Pozo de Quilmes" y "Pozo de Banfield". María Asunción estaba embarazada de dos meses y medio y se supo que el 25 de agosto de 1978 nació su beba. Ambos continúan desaparecidos.

¿Qué detalles de sus vidas te resultaron más notables?

Me llama la atención lo jovencito que era mi papá cuando empezó a militar. Fue en el año que equivale al séptimo grado de la Argentina. Sé que todo el mundo era muy maduro en aquella época debido al contexto, pero él era particularmente joven. Mis abuelos lo habían llevado de viaje a Europa para que se distrajera, porque no querían que se involucrara tanto, y él aprovechó para comprar allá literatura política. Era cinco años menor que mi mamá y se casó con ella a los 17. Ambos eran anarquistas y terminaron dentro de Resistencia Obrera Estudiantil. Mi mamá tenía una condición social más complicada, vivía con su familia en un barrio obrero. Mis tíos me cuentan que ella se ponía minifalda y se pintaba las uñas aunque no se usara. Era contestataria en todos los ámbitos. Estudiaba medicina, pero después se vino con mi papá para la Argentina escapando de la dictadura uruguaya. Los sobrevivientes del centro clandestino donde estuvo me hablaron de su fortaleza moral. Me imagino lo difícil que habrá sido, sobre todo estando embarazada. Fue rebelde incluso en las peores condiciones. Y eso me gusta.

¿De qué modo retomaste sus banderas?

Como fui de las primeras nietas recuperadas, mi militancia empezó al lado de mis abuelas. Habíamos aparecido unos cuantos nietos pero pocos querían dar entrevistas. Sin embargo, tenía que dar esa batalla porque la sociedad no entendía lo que era la restitución. De una manera testimonial, desde chica intenté concientizar sobre la problemática. Después, de más grande, entendí que tenía que profundizar esa militancia y tener una construcción más profunda. Empecé a militar políticamente en el PTS Frente de Izquierda. Mis ideas no tienen que ver con las de mi familia, pero sí compartimos la noción de que se necesita la transformación de la sociedad. Aunque no tenga la misma mirada política de mis padres, retomo sus banderas en términos revolucionarios.

¿Qué reflexión tenés sobre la determinación de las Abuelas al salir a buscar a los nietos que habían sido secuestrados en plena dictadura?

Yo creo que su rol fue incluso más allá; pienso que con el correr del tiempo nos vamos a ir dando cuenta de lo que significa todo lo que hicieron. Salieron para buscar a sus hijos y sus nietos, algo que es muy valiente en ese contexto. Pero hicieron mucho más que eso. Son un ejemplo para las mujeres: marcaron un antes y un después en el rol de la mujer para nuestro país. Fueron transformadoras. Las próximas generaciones van a valorar todo lo que nos legaron. Mi abuela y todas las abuelas y las madres, incluso con sus diferencias, son muchísimo más revolucionarias de lo que ellas se imaginaron. Yo amo profundamente a la Abuela Mirta Baravalle y cuando hay cosas que me cuestan las charlo con ella y recupero la templanza.

¿Cuál es tu mirada sobre el tratamiento de las temáticas de Derechos Humanos en las escuelas a través de programas como Educación y Memoria?

Me parece súper importante. Quienes están en contra argumentan que son cosas del pasado porque ya pasaron un montón de años desde la dictadura, pero les digo que esto es el futuro. Hay que construir ese futuro con justicia y con verdad. Para eso, tenemos la obligación de transmitirles estos saberes a las nuevas generaciones y permitirles así elegir su destino. 

 

PALABRAS FINALES

Para los hijos de desaparecidos la historia familiar y la historia de la Argentina están entrelazadas. Nuestros hijos tienen que saber por qué no hay abuelos o tíos y, para darles esas explicaciones, poco a poco se les va dando información sobre la historia. Los chicos van creciendo y se educan de esa manera. Incluso, con el correr de los años, muchas veces hay que repetir y volver a explicar algunas cosas. Pero se hace siempre con la verdad, en la medida que lo puedan entender. Yo sé bien que un chico lo puede entender, porque lo viví en carne propia a los 9 años.

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