El nieto de la vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, Rosa Roisinblit, nunca había imaginado que podía no ser hijo de quienes se llamaban sus padres y desconocía gran parte de lo ocurrido durante la dictadura. Gracias a la tenaz búsqueda de su hermana y de Rosa, en 2000 conoció su verdadera identidad y pudo fundar una familia.
Guillermo Pérez Roisinblit
Por Esteban Schoj
Fotografías: Abuelas de Plaza de Mayo.
Como tantos otros bebés que ya son hombres, Guillermo Rodolfo Fernando Pérez Roisinblit nació en la ex ESMA. Su madre, Patricia Roisinblit, y su padre, José Pérez, le eligieron los nombres Rodolfo Fernando y así debió llamarse toda la vida, pero por la acción de sus apropiadores, vivió durante más de dos décadas como Guillermo Gómez, atravesando una historia que, si bien fue y es suya, no era la que le correspondía por herencia. Desde aquel 15 de noviembre de 1978, sus orígenes fueron ocultados pero no extinguidos, como se pretendió. Desde 2000, con tres nombres y dos apellidos, construye su existencia junto con sus dos hijos, con su identidad recuperada como pilar fundamental.
Cuando se alumbra la verdad
“Yo sentía que yo no podía ser; que estaban equivocados”, empieza a contar Guillermo. Tenía 21 años y de repente se encontró con que no era quien siempre había creído ser. “Es muy difícil asumir que eso te está pasando a vos. Pero yo fui criado como hijo único y siempre quise tener un hermano. Por eso fui a Abuelas el mismo día que me enteré: había posibilidades de que tuviera una hermana y no lo iba a dejar pasar”. Ella, Mariana Eva, fue quien lo encontró. “El problema era que si bien esa chica era mi hermana, yo no consideraba queno fuera hijo de quienes ella llamaba papás”, recuerda.
Cuenta Guillermo que en un comienzo, se despertaba llorando y necesitaba mirar su anillo con sus iniciales “porque no tenía idea quién era”. Pero esas letras ya no eran las de su verdadero nombre. “Es como si te quitaran el suelo donde pisás y empezaras a caerte sin que te quede algo de qué aferrarte, porque todo lo que te rodea es sencillamente falso. Sin embargo, las experiencias vividas son reales, lo que vos sentiste también. Yo siento que hice mi vida, pero todo está enmarcado en una gran mentira. Tal vez la mentira en comparación con todo lo vivido sea muy pequeña pero está tan enquistada, es algo tan originario, que genera que todo lo demás se vea mal”, se explaya este nieto recuperado.
Fue criado como hijo de padres separados y presenció violencia doméstica, además sufrió necesidades y la ausencia de la figura paterna. “Fueron cosas que me marcaron en la infancia”, sintetiza. Y vuelve sobre su destino: “En este mundo donde todo es posible, yo puedo asumir que mis viejo hayan desaparecido, pero no que me alejaran de mi familia. Me quitaron la posibilidad de tener una relación, tal vez bárbara, con mi hermana. No me dejaron construir recuerdos con ella, no pude ir a la plaza con mi abuela y que me comprara golosinas, ni conocer a mi abuelo. Todo eso me lo robaron. Y no fueron solo los militares, sino que mis apropiadores, todos los días de mi vida, decidieron mantenerme en la mentira”.
El mensaje transmitido
“Me resulta fácil hablarles de mi vida”, dice ante un auditorio repleto de pequeños curiosos. “Esta misma experiencia la vivo en mi casa, cuando les tengo que explicar mi historia a mis hijos”. “Ignacio es el más grande y empezó a hacerme preguntas a los cuatro años y al poco tiempo ya comprendía la figura de un desaparecido. Me preocupaba que lo tomara con tanta naturalidad y que tuviera varias cosas más asumidas que yo mismo”, confiesa.
Por esa experiencia, les traslada a los demás niños su historia: “Un chico de la primaria entiende qué es el bien y qué es el mal, entonces se le puede hablar de la dictadura sin necesidad de hacer una bajada de línea", destaca. Y detalla que alcanza con puntualizar qué fue lo que pasó durante ese período: se habían cortado libertades, secuestraban a algunas personas, les hacían daño y se robaban a sus hijos. Hoy hay mucho material didáctico que aborda esta temática de un modo particular, específico y cuidado. "Además, los docentes están preparados para brindar esa información; hubo un cambio muy positivo en la estructura educacional. Por eso los chicos hacen preguntas muy incisivas y se animan a hablar de cosas que algunos periodistas no preguntarían, porque no tienen ciertas inhibiciones y son muy curiosos”.
Los vínculos
“Antes a me dolía que llamaran 'apropiadores' a quienes yo veía como las personas que me habían criado, pero salté esa línea hace mucho tiempo. Ellos se quedaron con un pibe, lo anotaron como hijo biológico, falsificaron documentos, le suprimieron la identidad, lo quitaron de su familia… son apropiadores. Yo no los llamo mamá y papá, ni padres del corazón, ni de crianza, ni nada: son mis apropiadores”, resalta.
Como para otros nietos recuperados, el cambio de identidad trae aparejada la necesidad y la obligación de darles el verdadero apellido a sus hijos. “Le pedía al juez de mi causa que acelerar la restitución porque no podía pensar en ser padre si no tenía lo básico: el apellido. Una vez que recuperé mi identidad, recién entonces pude pensar en formar una familia, porque no quise que llevaran ni por un segundo el apellido Gómez. Mientras, tenía la urgencia de tener una familia propia, porque el núcleo que me había rodeado no era mi familia y para la que sí era mi familia, yo era un perfecto extraño. Por más que te hayan buscado por un montón de tiempo, de entrada no hay confianza, no hay cotidianidad”, describe.
“Antes de saber que era hijo de desaparecidos, no distinguía a Abuelas de Madres de Plaza de Mayo”, confiesa con honestidad. Es decir, no sabía quién era su abuela Rosa, la vicepresidenta del organismo. “Sabía que había habido una dictadura, pero no que se habían robado bebés. Ante esa ausencia de información, cómo iba a pensar que yo era uno de ellos. Para colmo, me sentía hijo de mi apropiadora”, dice.
“Cuando nos conocimos con Rosa, se presentó diciéndome: ‘Yo soy tu abuela’. Y yo le respondí: ‘Ya lo sé, baba’, como le dice mi hermana desde chiquita. Y nos abrazamos”, recuerda así la presentación con aquella abuela que lo buscó de manera incansable. Más de 15 años después, se enorgullece: “Yo admiro mucho a mis abuelas. A todas, pero en especial a mi abuela Rosa y a mi abuela Argentina. Rosa tiene una inteligencia, una ubicación, una concepción de la realidad y una verborragia tan especiales, que la destaca de todo el mundo. Ellas tendrían que haber disfrutado de sus nietos y malcriarlos, pero tuvieron que reinventarse y salir a buscarnos con todo en contra”.
-¿Qué querés para tus hijos?
-Que crezcan en un ambiente en el que se debata mucho la política. No sobre lo partidario, sino que tengan conciencia de que la política es un instrumento que puede modificar la realidad de las personas. Que no necesiten seguir buscando nietos cuando sean adultos. Que puedan ver que terminamos con eso y que los encontramos a todos. Que sean hombres de bien, que no renieguen de su historia y que se sientan orgullosos no solamente de mí, sino también de mis padres. Básicamente, que sean felices, que vivan en libertad, que no los engrupan con respecto a lo que fue la historia y que tengan conciencia política. Porque son cosas que a mí me quitaron.
-¿Sos feliz?
-Yo estoy muy contento de la persona en que me convertí y por eso estoy convencido de que saber la verdad sobre mi origen es una de las mejores cosas de mi vida. Sufro por la ausencia de mis viejos, por la impunidad con la que se manejaron cuando desaparecieron, porque no hay ningún responsable y no los tengo ni en una tumba. No poseo un solo recuerdo de ellos. Eso es terrible. Sin embargo, soy un tipo muy feliz, estoy casado, tengo dos hijos hermosos de los que me siento muy orgulloso y colaboro en la búsqueda de las Abuelas, porque considero que no puede haber nadie caminando por ahí con una identidad que no le es propia.
-¿Te sentís Rodolfo?
-Me asumí como Rodolfo por primera vez en 2005, en el sótano de la ex ESMA. Me dijeron: ‘Mirá, Rodolfo, este es el lugar donde vos naciste. Y me di vuelta. Nunca antes había reaccionado ante el nombre y ocurrió en el lugar en donde me llamaron Rodolfo por primera vez. Me pareció increíble que cerrara así el círculo.