

Mariana Zaffaroni Islas
Nieta restituida por las Abuelas de Plaza de Mayo
Mariana nació el 22 de marzo de 1975 en la Ciudad de Buenos Aires. Es hija de María Emilia Islas y Jorge Zaffaroni ambos de nacionalidad uruguaya. Sólo pudo disfrutar a sus padres dieciocho meses, hasta el 27 de septiembre cuando los tres fueron secuestrados y trasladados al Centro Clandestino de Detención conocido como Automotores Orletti.
Sus padres, María Emilia y Jorge, tenían veintitrés y veinticuatro años respectivamente en el momento de su desaparición. En 1973 habían llegado a la Argentina como exiliados luego del golpe de Estado en Uruguay. Eran estudiantes del Magisterio y militantes por los derechos estudiantiles.
Mariana fue apropiada por una persona vinculada a los servicios de Inteligencia de la Policía. La anotaron como hija propia con el nombre de Daniela Romina Fucio, pero sus abuelas desplegaron una incansable búsqueda de Mariana y sus padres. María Ester Gatti, su abuela materna, inició gestiones a nivel internacional llegando a obtener los primeros datos sobre su paradero en 1983. María Ester fue una incansable luchadora por los Derechos Humanos en Uruguay y en 1979 forma la Asociación de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos. La imagen de Mariana bebé se transforma en un ícono de esta lucha.
Finalmente, en 1992, Mariana recuperó su identidad. Pero debieron pasar muchos años para que pudiera aceptar su realidad y comenzara a construir lazos duraderos con su familia que la había buscado incansablemente durante todos esos años.
El film documental “Por esos ojos”, realizado en 1997, refleja la búsqueda de su abuela María Ester Gatti. El libro “Los padres de Mariana. María Emilia Islas y Jorge Zaffaroni: la pasión militante”, de François Graña, reconstruye la historia de sus padres desde los testimonios y relatos de sus amigos.
Mariana encabeza la búsqueda de su hermana o hermano ya que su mamá estaba embarazada en el momento de su secuestro. Y ha hecho suyas las palabras de su abuela María Ester: ‘No hay que perder jamás la esperanza y tampoco la decisión de luchar’.
Sus padres, Jorge y María Emilia, aún permanecen desaparecidos.
‘Hoy hay que tener alegría por los que estamos y por los compañeros que no están. Tenemos que seguir cumpliendo en el pasado, en el presente y en el futuro. Construir un país mejor. No hay que perder jamás la esperanza y tampoco la decisión de luchar’, María Ester Gatti.
LA HISTORIA DE MARIANA
Es hija de Jorge Zaffaroni y María Emilia Islas, ambos de nacionalidad uruguaya. Nació el 22 de marzo de 1975 en Argentina, pero pudo compartir con ellos sólo dieciocho meses.
Su historia permite comprender el gran plan latinoamericano represivo y coercitivo. Sus padres llegaron a la Argentina desde Uruguay, con la esperanza de encontrar un territorio donde exiliarse de la dictadura de su país. Lo que nunca imaginaron fue que dos años después, ese fervor dictatorial invadiría suelo argentino y ellos serían una de las tantas víctimas del Terrorismo de Estado.
Mis padres eran uruguayos, se exiliaron en la Argentina en el año 1974, porque la dictadura en Uruguay comenzó en el año ‘73. Yo nací en Argentina en marzo del ’75. El 27 de septiembre del ‘76 nos secuestraron a los tres cuando yo tenía tan sólo un año y medio. Nos trasladaron al centro clandestino de detención ‘Automotores Orletti’, donde yo permanecí con mi madre entre cuatro y cinco días. Ellos fueron trasladados en un vuelo clandestino a Uruguay en el que seguramente murieron y yo fui llevada por un agente del servicio de inteligencia quien me crió como hija propia. Me cambiaron la partida de nacimiento y me cambiaron el nombre.
Vivió muchos años creyendo que era Daniela. Mientras tanto tenía toda una familia que la buscaba, con miedo pero sin rendirse, esperando pacientemente el momento del reencuentro. Con el retorno a la democracia, la búsqueda de Mariana se volvió pública alcanzando una amplia difusión en los medios masivos de comunicación.
Y bueno, mi infancia transcurrió de lo más feliz y lo más tranquila hasta que retornó la democracia. Mi familia que durante todo ese tiempo había estado buscándome, pudo hacer abierta su búsqueda y comenzaron así a salir fotos, avisos en la televisión y en los diarios. Mi abuela materna, María Ester, fue una gran luchadora por los Derechos Humanos en Uruguay. El caso de mi desaparición y la de mis padres tuvo en Uruguay una repercusión muy grande, porque mi abuela materna fue uno de los estandartes de los Derechos Humanos. Es como si fuera Estela de Carlotto acá en la Argentina.
María Ester Gatti, abuela materna de Mariana, es ejemplo de lucha en el país vecino. En 1979 formó la Asociación de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, aglutinando, de esta manera todos los reclamos de familiares. María Ester sólo había podido compartir un mes con su nieta antes del secuestro y la desaparición de sus padres. La foto de Mariana fue un ícono en la defensa de los Derechos Humanos y en la búsqueda de la Verdad y la Justicia. Los primeros indicios del paradero de Mariana llegan a las Abuelas de Plaza de Mayo en 1983. Pero el recorrido para reencontrarse con su verdadera identidad no fue fácil. Sus apropiadores, ante la creciente presión del caso, decidieron viajar a Paraguay para que no llegaran a Mariana las noticias de lo que pasaba en Buenos Aires.
Mis padres de crianza se sintieron amenazados por esta circunstancia y creyendo que me iban a separar de su lado, decidieron viajar conmigo a Paraguay, donde permanecimos unos años. Al tiempo, volvimos a Buenos Aires. La búsqueda de mis familiares y abuelas había continuado durante todos esos años, hasta que en el año 1992 definitivamente mis padres de crianza fueron detenidos y yo fui llevada ante el juez que me contó toda mi historia, me restituyó la identidad legal.
Hasta ese momento, Mariana era Daniela Romina Furci, el nombre que le habían puesto sus apropiadores. Con dieciséis años tenía que entender su historia, pero esto no fue fácil. Le llevó mucho tiempo aceptar quién era.
Todo esto no quiere decir que yo la aceptara contenta sino que me surgió rechazar ese nombre y esa historia lo más que pude. Me instaron obviamente a que tuviera relaciones con mi familia de sangre que vivía en Uruguay, lo cual también evité todo lo que pude. Pero lentamente y a partir de que me casé y que fui mamá, las visitas con mi familia biológica se hicieron más amenas porque la charla ya no pasaba tanto porque ellos me contaran quiénes eran mis padres y qué había pasado conmigo, sino que pasaba porque ellos querían visitar a mi hija y que tuviéramos una charla más afectiva.