Martín Amarilla Molfino
Nieto restituido por las Abuelas de Plaza de Mayo
Martín nació el 17 de junio de 1980 en el Centro Clandestino de Campo de Mayo. Su mamá Marcela Molfino y su padre Guillermo Amarilla –ambos oriundos de la provincia de Chaco– habían sido secuestrados 8 meses antes, el 17 de octubre de 1979. A partir de ese momento, Martín fue apropiado y anotado como hijo biológico de un agente de inteligencia del ejército.
De pequeño, Martín empezó a dudar sobre su identidad, al principio dudaba de ser hijo biológico de quienes se decían sus padres y más adelante, en la adolescencia, comenzó a pensar que podría ser hijo de desaparecidos.
En el 2007 se acercó a Abuelas de Plaza de Mayo, pero la primera búsqueda no dio resultados positivos. Su madre dio a luz ocho meses después del secuestro, su cuerpo desapareció y su familia nunca supo de su embarazo. Un testimonio de un ‘arrepentido’ le permitió a las Abuelas continuar con la búsqueda y enlazar la historia de Martín con sus padres Marcela Molfino y Guillermo Amarilla, hoy desaparecidos.
Fue así como dos años después, el 2 de noviembre de 2009, Martín recuperó su identidad constituyéndose en el nieto restituido el nieto N° 98.
A partir de ese momento, Martín se reencontró con sus tres hermanos, quienes habían sido secuestrados junto con su madre y fueron devueltos a sus abuelos en Chaco a los pocos días, y una muy amplia familia que agasajó desde el primer momento al nuevo integrante. Cuando me abracé con mis hermanos, sentí que por primera vez tenía algo para toda la vida.
‘Descubrí muchas cosas idénticas a mis padres, como el acordeón, la guitarra, la manera de sentarme y de caminar. Y todo eso me produce mucha alegría y mucha felicidad. Porque eso también tiene que ver con la construcción de la identidad: verse en el espejo, en la sangre de uno y ver que los pies tienen raíz’, Martín Amarilla Molfino.
LA HISTORIA DE MARTÍN
Mi nombre es Martín Amarilla. Soy hijo de Marcela Molfino y Guillermo Amarilla. Yo recuperé mi identidad el 2 de noviembre del 2009. Después de un largo proceso de dudas y preguntas…
Ya de niño tenía dudas sobre mi identidad. Al principio suponía que podía ser adoptado pero, con el paso de los años, comencé a preguntarme si era hijo de desaparecidos.
Lo particular de mi historia es que yo en el 2007 hice mi análisis de ADN en el Banco Nacional de Datos Genéticos y no coincidía con ningún perfil genético. Pasaron dos años hasta que coincidió con mi familia biológica.
A mí me apropiaron el día en que nací el 17 de junio de 1980. Yo nací en el Centro Clandestino de Campo de Mayo. A mis padres los secuestran el 17 de octubre de 1979 en la zona oeste del Gran Buenos Aires: a mi mamá la secuestran en San Antonio de Padua junto a mi tío paterno, tres hermanos míos y dos primos; y a mi papá lo secuestran el mismo día en Ramos Mejía que es, casualmente, la ciudad en donde me tocó criarme...
A esto se suma, en 1980, que a mi abuela la secuestran en Perú, la traen a Argentina y aparece muerta en España. Esto es posible por el Plan Cóndor, que es un plan de exterminio y colaboración para toda Latinoamérica que agrupaba a diferentes países con gobiernos dictatoriales. Por este acuerdo, las Fuerzas Militares podían atravesar las fronteras para detener a lo que ellos llamaban ‘delincuentes subversivos’.
En el 2009, cuando finalmente me encuentro con mi familia, me encuentro con mis hermanos, mis primos, mis tíos… Todos son chaqueños, son una gran familia chaqueña. De parte materna somos 60 personas, de parte paterna 200, hace poquito ya nació el 201.
¿Qué significó para mí recuperar la identidad? ¿Qué fue lo que me hizo dudar sobre mi identidad?
En primer lugar, fueron cuestiones personales, algo bastante primario, instintivo: yo no me sentía en mi lugar, sentía que no estaba en mi manada. Y además aparecieron cuestiones que después se fueron haciendo más concretas. Por ejemplo, si mi apropiadora tenía la edad suficiente como para tener hijos. Y la respuesta es que no la tenía porque en esa época tenía cincuenta años y en ese momento eso era imposible, ¡la ciencia tampoco estaba tan avanzada como para la fertilización asistida! Además, tampoco encontraba ninguna foto de su embarazo: yo buscaba por todos lados fotos de ella embarazada y no podía encontrar ninguna. Y otro elemento más era la profesión de mi apropiador, que era personal de inteligencia en el ejército durante los años de dictadura. Nunca me contaron nada, ni siquiera que era adoptado. Pero después, cuando empecé a crecer y veía que no caminaba parecido a ninguno de los dos, que no me reía parecido a ninguno de los dos, que no tenía ningún rasgo en común con ninguno de ellos, comencé a hacerme preguntas. Porque no había nada, ni en lo físico, ni en la manera de encarar y ver muchas cosas de la vida cotidiana que nos acercara. Yo miraba el mundo en forma muy diferente de cualquiera de ellos dos.
Afortunadamente, y gracias al esfuerzo de las Abuelas de Plaza de Mayo y toda la gente que colabora con el trabajo de ellas, logré recuperar mi identidad’.
Cuando comenzaste a investigar y a tener todas esas dudas, ¿lo hiciste en secreto? ¿Te ayudó alguien?
Sí, lo hice todo en secreto, nunca les pregunté a mis apropiadores nada de nada. Nunca me atreví. Quizá yo en ese momento tenía bastante miedo. Cada paso que daba, me costaba horrores, pero cada logro que tenía, para mí era un paso muy grande. Entonces lo hice todo sin que lo sepan. Mi apropiador murió cuando yo tenía catorce años, así que la mayor parte del proceso lo hice estando solo con ella –en referencia a su apropiadora–. Recién se enteró cuando ya había dado la conferencia con las Abuelas y yo ya había conocido a mi familia. Pero se enteró a través de mí de todos modos. Fui yo quien se acercó y lo hablé con ella. Pero todo el proceso lo hice sin que se entere de nada.
Antes del 2007, ¿pensaste en hacerte el análisis de ADN? ¿Tenías dudas sobre tu identidad?
Tenía dudas desde unos cuantos años antes. La primera vez que pensé en la posibilidad de ser hijo de desaparecidos fue por un profesor de literatura del secundario al que yo iba, que era más bien de formación católica. En ese colegio estaba terminantemente prohibida cualquier conversación de parte de los profesores sobre esos temas. Este profesor, clandestinamente, nos llevaba a la biblioteca y nos pasaba películas como ‘La Noche de los Lápices’ y otras películas sobre la dictadura. Y era como un secreto que teníamos entre ese profesor y nosotros. Esto ocurrió en el ’96, ’97 porque a ese profesor lo tuvimos en 4° y 5° año del secundario. Ahí fue cuando se despertaron en mí las primeras dudas, no de si yo era hijo biológico porque de eso siempre tuve dudas, sino de si era hijo de desaparecidos. Las primeras dudas me surgieron con este profesor, ése fue el primer puntapié.
EL REENCUENTRO Y LA SORPRESA DE SU FAMILIA
La historia de Martín es atípica porque en el momento de contrastar el ADN de su sangre con la totalidad del Banco de Datos Genéticos no había ningún grupo familiar positivo. Sin embargo, dos años después, la historia cambiaría.
Cuando la secuestran a mi mamá nadie sabía que ella estaba embarazada, entonces nadie de mi familia dejó sangre en el banco genético porque no pensaban en buscar a nadie con vida. Pasó a través de los procesos judiciales de un montón de causas y con el tiempo terminaron llegando a la conclusión de que el joven que se había acercado en el 2007 a hacer una denuncia coincidía con unas declaraciones según las cuales una mujer, Marcela Molfino, había dado a luz en el 80’ en Campo de Mayo. Fue así como le piden a la familia Amarilla y Molfino una prueba de sangre que luego cruzan con la mía. Obviamente dio positivo. Y un día recibo un llamado de la CONADI que me cita para ‘darme más información’, eso fue lo que me dijeron. En ese momento me encontré con la hija de Estela de Carlotto, Claudia Carlotto y me empezó a contar la historia de una familia. Me hablaba de mi abuela, de mi mamá, de mi papá y me terminó diciendo que la familia de la cual me hablaba era mi familia y que estaban todos en la Casa de las Abuelas de Plaza de Mayo. Me preguntó si los quería ir a conocer y le dije que sí, por supuesto. Fuimos y en el camino sentí un vacío de 10 minutos de taxi, de no entender qué era lo que estaba pasando. En el trayecto Claudia me seguía hablando y hablando y mientras tanto yo trataba de imaginar cómo era la cara de mis hermanos. Cuando llegué a la Casa de las Abuelas la primera que me recibió fue Estela que estaba en la puerta y me invitó a que pasara. Después, Estela abrió una puerta y yo pensé que unas tres personas que había más allá eran mi familia. Pero no, Estela me corrigió y cuando abrí la puerta correcta me encontré con un montón de personas ¡Parecían una hinchada de fútbol! Habían venido como sesenta familiares míos desde el Chaco. Y cuando me encontré cara a cara con ellos no fue necesaria una presentación, tampoco hubiese sido necesario el ADN, porque somos todos muy parecidos.
¿Cómo fue la reacción de tu apropiadora?
En un principio fue una ruptura muy fuerte que se produce. Después de un tiempo lo tomé como algo que ya había pasado. Yo no sabía la verdad, pero ella sí la conocía. Se puede discutir hasta dónde sabía ella de la historia completa. Pero mi postura frente a ella fue en un principio de seguir diciéndole mamá. Después fui dejando de decirle mamá y empecé a verla cada vez menos. Y ahora la sigo viendo menos, pero me interesa saber cómo está. Eso es algo contra lo que no me planteo qué hacer. Sino que más bien estoy abocado con todas mis posibilidades, en la reconstrucción, o a la construcción de mi vínculo con mis hermanos y con mi familia. No me voy a forzar ni con romper la relación con ella ni con continuarla y lo que vaya sucediendo que sea en forma paulatina y para donde tenga que ir.
¿Cómo era tu relación con tu apropiador?
La relación con él era un poco particular, digamos que él era una persona muy particular, porque él era una persona violenta. Conmigo nunca fue violento, en realidad fue violento en mentirme y robarme. Eso en sí ya es un objeto de violencia porque quien se roba un bebé, es absolutamente violento y virulento. Pero en lo que tiene que ver con la relación cotidiana, él no era violento, pero sí era un tipo que tenía problemas con su adicción al alcohol. Entonces se hacía difícil la convivencia. En el día a día, la violencia mayor era hacia mi apropiadora. Digamos que cuando estaba sobrio era una relación normal y cuando no estaba sobrio, no. Él murió cuando yo tenía catorce años, pero el caso de la muerte de él fue algo que también me llamó la atención, porque realmente no me dolió como la muerte de un padre. Entonces eso fue algo que me provocó más dudas todavía. Yo pensaba: ‘uno por la muerte de un padre supuestamente tiene que sufrir, que estar triste’, pero a mí no me pasaba eso. Sufrí quizás los primeros días, pero sufrí menos que por cualquier otra cuestión, como un desengaño amoroso, pero no como la muerte de un padre.
MARTÍN Y EL LARGO CAMINO POR RECONSTRUIR SU HISTORIA
A partir de la recuperación de su identidad, Martín destinó toda su energía en reconstruir sus lazos familiares y construir relatos que le permitieran acercarse a sus padres. Guillermo Amarilla y Marcela Molfino se conocieron en 1972, en la agrupación Juventud Peronista (JP). En 1975 en Resistencia, Chaco, nació Mauricio el primer hijo de la pareja; en 1977 en Capital Federal nació Joaquín y en 1978 estando en el exilio en Francia nació Ignacio. En mayo de 1979, regresaron al país y se instalaron en la provincia de Buenos Aires, donde fueron detenidos y desaparecidos hasta el momento.
¿Qué pudiste reconstruir de la historia de tus padres?
Como tengo la suerte de tener una familia muy numerosa, tengo mucha gente que me puede contar y ayudar a construir la imagen de mis viejos. Mi hermano mayor, que tenía cuatro años en ese momento, también algo me pudo contar. Mis tíos, sus compañeros de militancia me ayudaron a construir su historia. Además tengo fotos, grabaciones y hasta un video de él y grabaciones con la voz de los dos. Es decir, bastante material es el que tengo a mi alcance para poder conocerlo. La historia de ellos me la van contando en el día a día. Tal vez al principio estaba muy interesado por su historia militante. Después, de a poco, eso fue cambiando y queriendo ir a lo más sutil o lo más importante, qué significaba despertarme a la mañana y tener a mi papá conmigo o a mi mamá conmigo. Esos pequeños detalles que uno busca, algo que ya venía buscando desde antes y no sabía dónde, por suerte, ahora tengo dónde encontrarlo y eso es muy importante para mí.
¿Averiguaste algo sobre su militancia?
Mi papá era un militante de la Juventud Peronista del Chaco, el NEA, desde muy chico comenzó a militar y a los veintidós años ya era un referente de la JP del NEA. Fue uno de los fundadores de Montoneros. Tengo el orgullo de que él haya vuelto en el avión con Perón. Después mi mamá era del peronismo de base, que al poco tiempo pasa a la Juventud Peronista, los dos militaban en el Chaco, en diferentes barrios del Chaco. Y cuando empieza el problema con la Triple A, en 1975 se vienen para Buenos Aires, por una cuestión de anonimato, porque en el Chaco se conocen todos y era más fácil estar en Buenos Aires. Después más allá de la militancia pude descubrir muchas cosas en común. Él era guitarrero, tocaba la guitarra, cosa que también yo hago. Ella tocaba el acordeón, cosa que también yo hago. A él le gustaba el helado de limón, como a mí que me encanta…
¿Cuál es la similitud que más te impactó?
Lo del acordeón fue muy fuerte, porque yo me compré el acordeón antes de reencontrarme con mi familia. Dos o tres meses antes más o menos. Y el día que me encuentro con mi familia, estábamos reunidos en esa gran mesa y una tía materna me preguntó qué hacía. Y le digo: ‘toco música, hace poquito me compré un acordeón’. Y ahí quedaron todos en blanco, pasmados, porque mi mamá tocaba el acordeón. Entonces, me empezaron a hacer un montón de preguntas que yo empezaba a responder y encontramos un montón de cosas muy chiquititas que teníamos en común. Como el acordeón, la guitarra, la manera de sentarme, de caminar, que son idénticas. Pero eso me produce mucha alegría y mucha felicidad. Porque eso también tiene que ver con la construcción de la identidad: verse en el espejo, en la sangre de uno y ver que los pies tienen raíz.
¿Pudiste saber qué pasó con tus hermanos cuando los secuestraron?
A mis hermanos los llevaron a una especie de guardería. Mi hermano más grande recuerda muchos chiquitos y que por la ventana veía muchas mujeres policías. A mis tres hermanos y a mis dos primos los devuelven en la casa de mi abuela paterna. Y por esas coincidencias de la vida a ellos los devuelven un 2 de noviembre de 1979 y a mí las Abuelas me devuelven un 2 de noviembre del 2009, exactamente treinta años después.
¿Cuál es la relación que tenés ahora con tus hermanos?
Con mis hermanos tenemos una relación realmente muy buena. Todavía seguramente no está armado el vínculo, yo nunca fui hermano, yo había sido hijo único toda mi vida. Entonces lo más parecido que había a un hermano para mí, era un amigo. Pero lo primero que me pasó cuando me encontré con mis hermanos fue que por primera vez sentí que había algo para siempre. Y eso genera un vínculo muy fuerte, quizás podemos llamarlo superior, no sé. Pero por suerte, tenemos una relación muy buena, estamos armando el vínculo. A las bolitas ya no vamos a jugar, pero podemos jugar a la pelota, ¡somos jóvenes todavía!
¿Qué pérdidas sufrió tu familia con la Dictadura?
La familia de mi papá era una familia muy numerosa, ellos eran once hermanos, en donde mi papá era el ante-último. Un primo mío, Rubén Amarilla, fue el primer castigado de la familia, el primer desaparecido de la familia. Militaba para la JUP, a los dieciocho años lo secuestran en Rosario, estaba haciendo una pintada en una esquina y de él no se supo nada más. Después, continuaron persiguiendo a un tío mío, Miguel Ángel Amarilla. Fue detenido en Buenos Aires como preso ilegal, un desaparecido más del ´79. Él ya no estaba militando, estaba totalmente disgregada su organización, los habían liquidado a todos y a los que no habían liquidado estaban dispersos por diferentes lugares. Entonces en el ´79 lo secuestran a mi tío en Buenos Aires, después lo llevan a Chaco, donde hoy funciona la Casa de la Memoria de Chaco. Previamente a eso lo llevan a una comisarían en Chaco. Un día fue un tío mío a ese lugar y le lleva ropa y cigarrillos, haciendo ver a los militares y policías que él sabía que estaba ahí, pero fue sin preguntar nada. Lo dio como una certeza. A partir de ese momento lo tuvieron que ‘aparecer’. Por otra parte, mi abuela, después de lo que pasó con mi mamá y mi papá fue a Ginebra y denuncia ante las Naciones Unidas lo que estaba pasando acá en la Argentina y en toda Latinoamérica. Y después se encuentran cartas del Batallón 601 preguntándole a la CIA qué hacer con Noemí Esther Gianetti, qué hacer con esa mujer que era mi abuela, porque ya era una persona visible, que había estado haciendo denuncias a nivel mundial. Entonces la CIA le responde que tenía que aparecer muerta en un país neutral. Así es como a ella la secuestran en Perú, la traen a la Argentina y la asesinan en España.
¿Cuál era la tarea de ella dentro de la organización?
Digamos que la casa de mi abuela era una gran casa donde recibía a gente de todas las organizaciones, tanto a las peronistas revolucionarias como a las de izquierda, porque en la familia había miembros de esos dos sectores. Entonces ella lo que hacía era amasar las pastas para todos. Yo valoro mucho lo que ellos hicieron y estoy orgulloso de la militancia de mis viejos y de toda mi familia. Por el otro lado, mi viejo empieza a trabajar con las Ligas Agrarias. Él estuvo en Tucumán un tiempo, donde estableció una relación muy firme con las Ligas Agrarias. Luego volvió al Chaco escondido escapando por el monte y llegó con quince o veinte kilos menos. Cuando llegó al Chaco lo recibió un tío mío que es el que me cuenta todo esto. Y ahí se reencuentra con mi mamá, con la que ya habían tenido a un primer hermano mío. Luego de un paso por Buenos Aires, en el que nace mi segundo hermano, se exilian en Francia. En Francia tienen a mi hermano más chico y vuelven a Buenos Aires con mi hermano de seis meses. También tengo una prima que fue detenida en la dictadura, Alejandra. Ella estuvo mucho tiempo exiliada en París. Se volvió y ahora está asentada con su compañero en Córdoba. Mi familia es así, están por todos lados.
En el 2007, cuando los estudios te dieron negativo, ¿te resignaste y pensaste que podías ser hijo biológico de tu apropiadora o seguiste la investigación por otro lado?
Justo estaba en la casa de un amigo en Córdoba cuando me dieron esa noticia. Lo primero que sentí es que era un alivio y pensé ‘quizás fue todo una locura mía, quizás fue mi imaginación’. Es decir, me echaba la culpa. Esos dos años fueron años sin forma, donde ya no me preguntaba nada, no buscaba nada. Me había quedado con esa respuesta, sin estar conforme. Porque en el fondo yo sabía que no estaba donde tenía que estar, ese sentimiento seguía en mí. Esos dos años sentí un vacío muy grande, fue una época muy difícil. Yo acepté la noticia y no busqué más. Realmente fue dura esa noticia, pero por suerte ya pasó.
MARTÍN HOY
Martín es un joven plenamente feliz por haber develado sus sospechas. Lejos de haberse quedado atrapado en la historia de su apropiación o de lo que no pudo ser, mira el presente y el futuro con renovados desafíos y optimismo.
La verdad es que en el momento del reencuentro sentí mucha alegría, mucha felicidad. Y hoy estoy en ese proceso, en este momento de descubrir las pequeñas cosas que había entre mis padres y en sus propias vidas. Y esto es gracias a que pude recuperar mi identidad porque la verdad libera. La mentira nos hace presos de algo de lo que además no tenemos ni un mínimo de culpa. Y esa liberación cuesta dolor porque la verdad no siempre es linda, pero la verdad es lo más sano que hay.
Cuando te acordás de la vida que tuviste, ¿sentís rencor o ves superada esa etapa?
Lo veo como algo superado, olvidado no, porque fue parte de mi construcción. Después hubo una ruptura en esa construcción. Y hoy lo veo como algo verdadero, como algo que pasó, pero sin rencores. En un principio sí sentí esas cosas y me hizo daño a mí mismo, no me sirvió. Hay pocas posibilidades ante esta situación: o uno se queda lamentándose por lo que podrían haber sido treinta años con tu familia biológica o se entrega a construir con esa familia biológica, con esa nueva vida, que es mi nueva vida. Lo otro sigue presente y no nos olvidamos, y por eso no nos cansamos de seguir buscando nietos, por todo lo que vivimos. Quizás fueron años que hoy puedo ver como una cebra, ni blanco ni negro…
¿Te trazaste algún proyecto hacia el futuro cuando recuperaste tu identidad?
Varios proyectos. Y los primeros estuvieron relacionados con mi familia. Encontrarme cara a cara con ellos, disfrutar con ellos, preguntar, charlar, conocer sobre mi familia. Con los que están y con los que no están preguntar y construirlos también. Ése fue mi primer objetivo.
¿Tuviste la oportunidad de ver a ese profe que te hizo picar el bichito de la curiosidad? ¿Qué le dirías si lo vieras?
No lo volví a ver pero lo estoy buscando… ¿Qué le diría? Principalmente le agradecería porque él tuvo muchísimo que ver en esta historia. Me encantaría que siga dando clases y que siga haciendo lo mismo con sus alumnos porque esos jóvenes pueden llegar a tener las mismas dudas sobre su identidad que tuve yo.
Hoy Martín busca a aquel profesor que le abrió el camino hacia los suyos, hacia su verdad. Aquel profesor que, desafiando las normas institucionales, hizo lo que su conciencia le marcaba que era su deber: enseñar el pasado reciente desde una práctica pedagógica comprometida con su tiempo. Y con esta acción sembró la duda. Y guiado por esta duda, Martín recuperó su historia y su identidad.
PALABRAS FINALES
Al igual que sus ‘hermanos’, los otros nietos restituidos, Martín siente un profundo afecto por las Abuelas de Plaza de Mayo.
La Casa de Abuelas es un lugar donde nosotros, los nietos, nos sentimos realmente muy respetados, muy contenidos. Cada uno de nosotros es un nieto para todas las abuelas y todas ellas son nuestras abuelas para nosotros. De la misma manera, cada nieto es nuestro hermano. Las Abuelas brindan muchísimo amor en lo cotidiano, en el día a día y son un ejemplo para nosotros. Ellas tienen un objetivo muy claro, siempre apoyándose en el gran amor que tienen. Esto las ha llevado a encontrar 105 nietos, dejarnos un camino ya armando, un camino allanado para nosotros los nietos, que somos los que seguimos buscando junto a un montón de otra gente. Cada mirada de ellas nos muestra el amor y la compresión. No hay palabras para describir lo que son las Abuelas.